Bocker llegó un día a finales de Abril, lo ví que estaba en la esquina de la calle, blanco y negro, como era él, cruza de dalmata, no les contaré como fue que entró literalmente de manera accidentada a mí vida, sólo les diré que la indiferencia con la que lo ví en la esquina no la olvidaré, era un perro de calle mas, no es que haga menos a estos animalitos que desafortunadamente no tienen un techo y mucho menos una comida o bebida decente cada día, todo lo contrario, me entristece verlos en esta situación, sin embargo no imaginé que llegaría a tanto.
Parecía que el ojo derecho no lo tenía, su cabeza tenía tantas cicatrices y chipotes que parecía que una horda de moscos le había atacado, todos a la vez, la patita derecha chueca dejaba ver que, en algún momento de su etapa cachorra había sido rota, entre desconfiado y confianzudo, se veía que era perro de casa, ya que no cagaba dónde se le antojará, había que sacarlo, para que se sintierá a gusto, las primeras semanas de todo pasó, mordió a una amiga, nos dejó en el parque buscandolo para regresar a casa y darnos cuenta que él ya estaba esperandonos en la puerta quién sabe cuanto tiempo antes, meterse a una casa de un vecino y curiosamente cada que lo llevaba a pasear era común que tropezará con piedras, ramas y demas cosas, al punto que en un par de ocasiones rodo por el piso, era raro, pero lo achacaba a que daba por hecho que le faltaba un ojo y por ese motivo tropezaba a cada rato, en fín, cosas que sólo los perros saben por que las hacen y cosas que uno es medio torpe y no investiga.
He de confesarles, con cierta vergüenza que llegué a pensar que lo tenía únicamente por humanidad, ya que, no tenía en mente el tener un perrito y menos de ese tamaño, que si bien Bocker no era de talla grande sí era de una medida mediana - grande. Una ocasión, la segunda o tercera semana después de que llegó, lo llevé al veterinario debido a una hérida que le noté en un costado la cual se inflamo y no me había percatado, resulto ser una mordida, la veterinaria lo inyectó por una semana y a Bocker se le tenía que poner bozal debido a su nerviosismo y desconfianza, en un par de ocasiones estuvo a punto de morder a la doctora, afortunadamente ella tenía buenos reflejos, que si no la pobre hubiera acabado con un hoyo en la mano, pasados tres días de tratamiento con alegría descubrí que el ojo derecho si lo tenía y veía perfectamente con él, desde entonces, dejó de tropezarse con las cosas y de caer, pasarón semanas, hasta que llegó el día en el que preparaba su comida y la puerta del patio trasero estaba abierta, él, se quedó parado frente a mí y noté que su mirada no se despegaba del plato de comida, miraba con atención como la preparaba, la mirada inocente, atenta, despreocupada, fue en ese momento, cuando sentí en el pecho calor, calor que se propago a mí estomago a mí cuello a mis piernas y fue entonces, cuando recordé desde el primer día que llegó, hasta justo ese momento entendí lo que Bocker significaba, lo que él era y lo amé.
Un día le regalarón un burro de peluche mas o menos de su tamaño, omitiré detalles del perverso final que Bocker le dió a ese burro, sólo puedo decirles que el bajó de peso de tanto ejercicio que hizó con ese juguete, al grado que tenía que lavar de manera constante al dichoso peluche. El baño para Bocker era como cuando bañas a un niño, al principio se niega y tienes que perseguirlo para meterlo a la regadera, pero, lo mas tierno, era que él una vez dentro del baño se metía solo a la regadera y disfrutaba bañarse, disfrutaba que tallara su pecho y sus costillas.
Llegó su enfermedad, sin pensar, sin imaginarme, cuando mas lo amaba y cuando mas fuerte era esa sensación de bienestar, no pude percatarme antes, no fuí capaz de ser lo suficientemente responsable de atenderlo con anticipación, un día antes, me acompaño a comprar carne, raro en él, ya que tenía bien identificada la ruta que recorríamos para ir al parque y se negaba rotundamente a cambiarla, sin embargo se aventuro, todavía comió tres pezcuesos rostizados y un día después comenzó a decaer, ese Sabado, ya no pudo mas, se quedó parado de regreso del parque, y no quería caminar, lo tomé en mís brazos y lo traje a casa, sólo regresé por dinero, nuevamente lo cargué y lo llevé al veterinario "No te preocupes viejo, yo te cargo, yo te llevó, sólo recuperate" le dijé, una semana fue ir y venir, sin ver mejoría, dejó de comer, incluso las galletas que lo volvían loco ya no eran una motivación, lo sacaba al pasto que esta frente a la casa y me quedaba ahí por un par de horas a su lado cada día hasta que se metía de nuevo, nada mas cambiaba de posición, llegó el Jueves, abrí la puerta y salió, salió de manera mas animada y se paró enfrente de la calle y me miró como diciendo "vamos a pasear", tome la correa y el comenzó a jalarse con fuerza, fuerón segundos de esperanza, pero al llegar a la esquina no pudo mas y se quedó mirando hacía el parque, ese mismo día tuve que internarlo.
No había mas que hacer, sus riñones habían fallado, el Sabado por la mañana murió el hijo que me negaba a tener, el amigo que pensé nunca encontraría y el ser que fue una bendición desde esa noche que me eligió como su compañero, ya no hay salidas por la mañana al parque, ní brincos de felicidad cuando me veía llegar, no hay ladridos por la tarde a la hora que bien sabía le tocaba comer, ya nada de eso. Te enterré en medio de los dos arboles en los cuales te gustaba meterte para oler la hierba, ahí, dónde en las mañanas da sol y en las tardes la sombra hace agradable el lugar, te visito por lo menos dos veces a la semana, sólo para decirte que te amo y que en las noches antes de dormir, miró através de la ventana del traspatio con la esperanza de verte, de ver tus ojos brillando haciendome sentir que todo esta bien y que mañana habrá otra salida, otro camino diferente y algo nuevo que mirar.
A la memoria de mí mas amado amigo, Bocker... Te extraño.
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